Introducción de Antoni Ripoll.
Textos de Antoni Ripoll y Sara Valdés.
Fotografías cedidas por la organización del festival.
Que no acabe siendo algo anecdótico: ya son veinticinco años de Sónar rodando sin parar. Con toda la experiencia y el desgaste que esto implica. Con cambios de ubicación. Con una submarca dedicada a la investigación que ya es una institución en sí misma. Y no solo aquí: Sónar es una marca global con eventos producidos en más de una docena de países.
Un cuarto de siglo viviendo en el futuro. Intentemos comprender qué significa este factor para incorporarlo a nuestra perspectiva y valorar esta edición de un modo justo.

Si ha habido una constante en el festival durante todos estos años esa es su identidad compleja. Sónar tuvo que construir su marca de cero antes que cualquier otro festival similar, con un contenido y una comunicación que no podía copiar a nadie, porque no había nadie a quien mirar. Probablemente se enfrentó a dilemas de booking muy distintos de los que pueden tener otros festivales como el Primavera Sound o el FIB. Creó una categoría nueva en nuestras coordenadas: un expositor de músicas al margen de los cánones populares y a la vez un festival en el sentido más físico, con aspiración masiva. Una dualidad incómoda que la marca ha sabido gestionar con éxito hasta ahora.
Hablamos de éxito desde nuestra perspectiva como medio cultural: mantener su capacidad de emocionar (por contenido y comunicación) y seguir siendo prescriptor, voz autorizada para muchos y diversos públicos. Y, además, crecer en cifras.
Es evidente que el festival no quiere gustar a todo el mundo. Pero un evento de más de cien mil asistentes no es viable si solo va dirigido a un publico específico. Sónar siempre ha sido muy hábil en esto, incluyendo cada vez más reclamos masivos en su lineup sin perder la coherencia y —esto es lo más difícil— sin que parezca forzado. De hecho, el festival ha generado sus propios fetiches, figuras que han repetido en varias ediciones y que han tratado de seducir transversalmente. Fue el caso de Jeff Mills en su momento, el de Laurent Garnier o el de 2manydjs (al menos en sus inicios), por citar algunos.

Por eso, después de veinticinco años, una marca puede estar usando ciertas dinámicas por inercia, quizás sin ser demasiado consciente de si cumplen con alguna función específica en el presente o no. Dinámicas que fueron útiles para fortalecer una identidad, pero que una vez apuntalada pierden su sentido. Identificar estas dinámicas parece una tarea complicada. Salir de ellas, mucho más.
Quizás esperábamos un poco más de este aniversario. Algunos de los shows que en principio celebraban la efeméride acabaron siendo los más desubicados y los que menos representaron la esencia misma del evento. Hablamos de Diplo o de la sesión de 2manydjs cerrando el SonarVillage el sábado. Dos actuaciones mayores, en franjas horarias clave, que recuperaron un Sónar que ni siquiera recordábamos haber vivido. ¿Percibe correctamente Sónar su propia identidad? No nos corresponde a nosotros responder.
En cualquier caso los números están ahí para apagar cualquier fuego: 126.000 visitantes (3.000 más que el año anterior) y un 46% de público extranjero. Son las cifras del festival de música electrónica más masivo e icónico de nuestras coordenadas. Un evento que puede presumir de haber creado el molde de los festivales de música electrónica en el sur de Europa. Pero también de haber creado (esto ya de forma ajena a su control) una institución paralela como es la Off Week, un competidor descentralizado y peligroso.
A pesar de que sus responsables hayan declarado que están cómodos con estas cifras de asistencia (desde que Sónar de Día se instaló en el recinto Montjïc de la Fira de Barcelona las cifras se sitúan entre 112.000 y 126.000, aunque con oscilaciones significativas entre ediciones), Sónar da todas las señales de buscar más crecimiento. Su reciente nueva localización para el Sónar de Día y su todavía más reciente escenario SonarXS, así como la ampliación del stage SonarCar son prueba de ello.

En este caso el festival debe seguir en la misma dirección, pero sin miedo a romper con algunas dinámicas que pueden lastrar la experiencia del usuario y la imagen global de un evento demasiado importante como para permitirse según qué deslices.
¿Será capaz de asegurar a los usuarios una mejor experiencia? No cabe duda de que sí. Si una marca del sector está conectada con las nuevas tecnologías esa es Sónar con su sección Sonar+D. De hecho pocos festivales tienen una oportunidad tan evidente de implementar tecnologías vinculadas a la recolección y análisis de datos como el mismo Sónar. Parece tan solo cuestión de tiempo que el festival acabe usando todos estos recursos para conocer mejor a sus públicos y la percepción que tienen de la marca, para así afinar cada vez más la oferta.
Sea como sea, en esta edición de Sónar se volvió a respirar ese intangible que lo convierte en una experiencia distinta al resto y que hemos intentado capturar en esta publicación de Instagram:
Para esta crónica nos hemos centrado en varias actuaciones que representan el espectro sonoro del presente. Las vemos.